Imaginemos una agradable noche, iluminados por la luz de la luna y las farolas, un ambiente relajado y las notas que inundan el silencio nocturno con su ritmo y las ágiles improvisaciones de los músicos de Jazz, con una dulce melodía que busca incesante, pero infructuosamente, el oído de la persona amada, por quien la música deja de ser solo sonidos y silencios entretejidos en armoniosa secuencia, para convertirse en la romántica expresión del amor, la admiración y la amistad que en las cálidas tierras mexicanas llamamos serenata.
Cuatro amigos que se encuentran, virtuosos todos en el arte musical, que cobijados por la obscuridad de la noche y la complicidad de la luna, ejecutan con magistral destreza la melodía que recuerda al amor perdido, la etérea imagen de lo inalcanzable y el siempre presente recuerdo de lo imposible.
Al fondo un hombre, inmutable, marca el ritmo con su batería, con percusiones alternadas de tambores, tarola y platillos, en perfecta sincronía con el cavernoso y profundo sonido que emiten las cuerdas del contrabajo al vibrar guiadas por los habilidosos dedos del hombre que abraza el instrumento con delicada gentileza.
El metálico sonido del saxofón y la trompeta se alternan para interpretar la melodía, que cada vez es reinventada con audaces improvisaciones de los virtuosos, quienes transmiten sus sentimientos y personalidad en su magnífica ejecución.
En la obscuridad, un testigo mudo disfruta, impertinente y perezoso, los acordes únicos e irrepetibles de aquella mágica serenata improvisada. Un gato negro, cuya presencia nos ambienta en el famoso Chat Noir de Rodolphe Salis, el decimonónico establecimiento ubicado en el barrio de Montmarte en París, frecuentado por artistas y famosos, que aunque desaparecido ya, sigue siendo un símbolo de la vida nocturna y bohemia.



